Primperan para la piel enferma de amor, por favor.

Ya se que no te gusta escucharlo, pero cuando continuas impasible, mirándome con los ojos vacíos, le respiro como si nos acompañara en esta misma habitación.




Él,
que ya no me habita,
susurra a cada célula,
que tú,
eres ya mi ayer
aunque mi piel
que vive en otro espaciotiempo
vomite la noticia.

Él,
verdugo y maestro
me llevó al abismo.
me enredó en mis patrones
azuzando mis miedos.
Quebró mi razón
y, mi cuerpo
murió por un tiempo

Pero dentro de la confusión
y el estruendo de mis lágrimas rompiendo el suelo
despertó.

Y me envolvió en sus brazos
los mismos que abrió para otras estando conmigo
Me limpió como la espuma,
(la de cerveza)
cuando se queda en la comisura de los labios
con la lengua
lamiendo todas las heridas que su niño infringiera.

Me dejó llorar todo el mar en su pecho.
(también los océanos)
mientras sus dedos dibujaban alas nuevas en mi pelo.

Apostado, a los pies de la cama
arrulló las tempestades que arañaban mi sueño
(y mi cielo)
sin dejar nunca de mirarme
con sus ojos verdes, repletos de luz.

Una luz que nació en sus mejillas 
y encendió su boca.

Una luz que arropó el frío abrasador 
y que sustituyó a los amaneceres, 
hasta que regresaron

Una luz que persiste
y que hoy 
me reconforta
en tu lugar.

Discúlpame. 
Estaba medio dormida y me acabo de despertar. 
Si, se puede dormir 
(y hasta soñar) 
con los ojos abiertos.

Insisto, discúlpame. 

Me voy a la otra habitación. Tengo una conversación pendiente con esta piel mía. Y si no quiere escucharme, una farmacia de guardia en la esquina. He oído que el primperan funciona muy bien para las células sordas que insisten en sufrir (que no vivir) en la oscuridad. 

Te deseo la luz que llevo conmigo.

©Tania Evans, (Hombres con llave)


Ella sí, merecía de su amor.


Ella no se negó a mirarlo. Nunca le haría eso. Sería una falta de amor y ella, era inconscientemente coherente. 
Y le miró. 
Desde una profundidad que él no conocía hasta ahora.

No mereces de mi amor. -Le dijo ella con voz dulce, sin ápice de reproche, con las manos abiertas, mirando hacia arriba. Mostrando sin querer la nada que la había consumido durante meses.

Él, en silencio, como siempre. Pero en esta ocasión, a ella, no le dolió. Solo sintió una profunda compasión.

Durante mucho tiempo le escuchó, 
le sujetó, 
le levantó, 
le secó las lágrimas, 
absorbió su rabia como un agujero negro para que no se ahogara, 
le prestó su aliento para volver al presente, 
le regaló su sexo y le amó, 
todos y cada uno de aquellos días.

Ella, entendía por qué él hacía todo lo que hacía. Y sabía que él, no sabía hacerlo mejor. 

Pero ella sí. 
No solo sabía hacerlo mejor sino que podía y lo elegía justo en ese instante en el que él, conscientemente, decidió no ahorrarle ni un segundo de sufrimiento. 

Devuélveme por favor, mi última confianza.- le pidió serena. 

¿Para qué la quieres? preguntó él molesto.- me la entregaste a mi. 

Errar es humano.- le sonrío ella.- Y, la necesitaré una última vez.

Cerró los ojos, hizo una profunda inspiración y la guardó de nuevo en su corazón.

Asiendo su maleta roja, se dio la vuelta, dejando atrás el dolor de caminar junto a un hombre con los ojos en la espalda, con un pasado tan presente que no dejó lugar a nada más. 

Y se abrió a la vida, decidida a AMARSE porque ella sí, merecía de su amor.

©Tania Evans, (Hombres con llave)

Fotografía Adam Martinakis